Recuerdo el primer día que llegue al club de boxeo. Aún no había terminado bachillerato y me encontraba en esa época donde necesitaba encontrar más confianza en mi mismo. Nunca fui un niño especialmente deportista, aunque si recuerdo que, en una época, había dado clases de Karate y era de las pocas actividades a las que le cogí gusto por ir. 

Cuando me plantee cambiar mis rutinas y mejorar mi estado de salud, no tenía ni idea de lo que quería hacer, aunque lo que si sabía era que en un gimnasio convencional no iba a durar mucho. Ya lo había intentado muchas veces y siempre acababa pagando la cuota y poniendo excusas para no ir. 

Yo me imaginaba un club de boxeo como el patio de una cárcel. El primer día que llegué no sabía lo que me iba a encontrar. Lo primero que me sorprendió fue el perfil de usuario de aquel club. Lejos del estereotipo de boxeador que tenía en la cabeza, parecía más bien gente de razonable éxito, deportistas, educados y abiertos. 

Casi desde el primer momento supe que aquel era mi lugar. Descubrí una comunidad que me arropó y me ayudo a alcanzar mis objetivos. Empecé a desarrollar rutinas positivas y a mejorar la confianza conmigo mismo. Entendí que el boxeo es respeto, disciplina y comunidad. 

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